¡Traición!

Hoy compartimos con ustedes el sesudo artículo del brillante periodista Aníbal de Castro, director del Diario Libre, y que a nosotros nos parece que debe ser muy difundido.

La complicidad en el crimen ahora se recompensa. La llaman delación premiada, una manera ¿artera? de salvar el pellejo mientras se hunde al otro. A favor del soplón se argumenta que sus informaciones sirven para que impere la justicia y el culpable principal cargue con el mayor peso de la condena. Podríamos llamarle instinto de supervivencia. O arrepentimiento. Y, por qué no, traición

Cual que sea el nombre, se trata de una vieja condición humana. La historia está llena de traiciones, y las treinta monedas de Judas han circulado más que cualquier divisa moderna. No caducan. El historiador también traiciona, como cuando, por ejemplo, al héroe lo convierte en villano y de la cobardía, hace una oda.

Traicionó Dalila a Sansón y en el Salmo 41 se advierte que «aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar». En la Divina Comedia, Dante reserva el noveno círculo del infierno para los traidores, el peor de los lugares de desolación y crujir de dientes que describe con pinceladas aterradoras. Qué tan profundo yacen los condenados en el hielo del río Cocito, depende de la magnitud de la traición.

Alighieri divide el destino infernal en cuatro; el primero, Caina, retrotrae de inmediato al primer acto de engaño en los textos judeocristianos y que aparece bajo formas diferentes en otras leyendas y mitología de la Antigüedad, indicación clara de que esa conducta, reproducida tantísimas veces, constituye una suerte de baldón inscrito en el ADN de la Humanidad.

El «¡hasta tú, Bruto!» reverbera inmune a los calendarios; con razón se dice que la misma posición sirve para el abrazo que para la puñalada trapera.

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