Con frecuencia, quizás en más de un 99%, cuando se habla del problema del tránsito, la queja es por los tapones y por el manejo temerario y ofensivo de los choferes de vehículos públicos y los conductores de los vehículos privados, en igual medida.
Nunca se habla de las vicisitudes del transeúnte, a quien popularmente se le caricaturiza con aquello de que “el peatón no es gente”, es probable que sea así en casi todas partes, pero aquí es una verdad irrefutable, ya no por el mal servicio del transporte público, a pesar del Metro, sino por las condiciones de las aceras.
Es un riesgo caminar por ellas en lugares donde se está construyendo porque no hay facilidades para que pueda andar con seguridad por un pasadizo creado por los constructores para suplir la falta de acera, porque nunca lo hacen y ninguna autoridad los obliga a hacerlo.
Las puertas de las marquesinas abren para afuera obstruyendo el libre paso de la acera con el agravante de que al salir en el vehículo, así las dejan, de las sillas en colmados y colmadones, es tiempo perdido quejarse porque ya se ha hecho costumbre y nadie tampoco se atreve a prohibírselo.
Aquí todo es campaña y promesas para arreglar, pero la generalidad de las veces se queda sólo en eso, en promesas, ¿podrá alguien alguna vez pensar en que el problema del tránsito no es tan sólo vehicular, que también es sumamente arriesgado el caminar por las aceras?
¡Pobre del transeúnte!