¡Museo a Trujillo!

Compartimos con ustedes el editorial escrito por el periodista y diácono de la Iglesia católica, José Monegro, director del periódico El Día.

De cuando en vez se reaviva la discusión sobre la pertinencia o no de levantar un “Museo de Trujillo”, relacionado con la figura del sanguinario dictador o sobre su nefasta era.

Queremos dejar sentado con meridiana claridad que EL DÍA se opone y se opondrá a cualquier acción que tienda a resaltar la figura de Rafael Leónidas Trujillo y a darle de lado a larga estela de sangre y terror.

Sin embargo, apoyamos de manera militante iniciativas que permitan mantener vivo el recuerdo del dolor de esa época para evitar que en el futuro se abran brechas al surgimiento de nuevos trujillos.

Apoyamos que se recree, por ejemplo, la “Cárcel de la 40” en el barrio de Cristo Rey, para que la gente visite y se horrorice por lo que allí ocurría.

Estamos seguros de que sería un interesante atractivo turístico que generaría empleos en esa zona, tal como ocurre en Polonia con el memorial en el campo de concentración de Auschwitz.

Tenemos un ejercicio interesante con el Museo de la Resistencia, en la Ciudad Colonial.
Los museos se distinguen por la narrativa que acompañan a sus piezas físicas, con la ventaja de que ahora pueden estar acompañadas de recreaciones digitales y hasta llegar a la realidad virtual.

En esos espacios caben perfectamente los bicornios y los fracs del dictador como forma de mostrar la opulencia en la que vivía el tirano sustentado en la sangre y el dolor de todo un pueblo.

Con mucha frecuencia, y no nos llamemos a engaño, quienes plantean construir un museo a Trujillo, o sobre Trujillo, usan como argumento el que “no se puede enterrar la historia”. Incluso hablan de mostrar luces y sombras, pero en el fondo de lo que se trata es de satisfacer el deseo reprimido de enaltecer la figura del tirano.

Levantemos museos en Nigua, “La 40”, “El Nueve” o “La Victoria” y desde ahí mostremos el horror al que fueron sometidos los dominicanos, mientras el dictador y los suyos se daban una vida ridículamente opulenta.