Por considerarlo de interés y a la vez por compartir sus criterios hemos invitado para este día, el editorial del periódico Listín Diario escrito por su director, el banilejo Miguel Antonio Franjul Bucarelli.
Por segunda vez, un delincuente haitiano ha profanado el principal santuario mariano de nuestro país y del Caribe, la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia, en Higüey, sustrayendo el dinero de las ofrendas de los feligreses e intentando dañar su sagrado retablo.
En la primera ocasión, en febrero del año 2017, el haitiano identificado como Delfo Anerson, destruyó valiosas piezas del recinto, y tras ese suceso fue enviado a prisión. Ocho meses después, su padre, un pastor haitiano, vino al país a gestionar su libertad y la obtuvo.
En diciembre de ese mismo año, otro haitiano trastornado perpetró un acto igualmente irrespetuoso al destruir floreros, bancos y el cristal que protege la imagen del Santísimo, y también fue apresado y sometido a la justicia.
En el más reciente caso, las autoridades comprobaron que el delincuente y reincidente haitiano Delfo Anerson había hecho varias incursiones al interior del recinto hasta que fue detectado en la madrugada del jueves, capturado y entregado a una patrulla nocturna de la Policía, la que le ocupó el dinero en pesos y dólares que sustrajo de la caja de las ofrendas.
Es sintomático que hayan sido dos haitianos los que, en tiempos diferentes, hayan cometido actos de profanación de la Basílica. Pero resulta que Higüey ha quedado invadida por inmigrantes ilegales del vecino país que han formado ghettos en los que se anidan delincuentes que huyen de la justicia haitiana, y a menudo se reportan sucesos en los que estos ciudadanos aparecen involucrados.
En otras oportunidades, tanto la Basílica de Higüey como otros templos del país han sido objeto de acciones bochornosas que lesionan el sentimiento de la feligresía católica, tales como el reciente montaje de una especie de prostíbulo callejero en los entornos del santuario mariano, donde se escenificaban de noche juergas y borracheras sin que las autoridades le pusieran freno, y los robos nocturnos de piezas de valor religioso que se utilizan en las eucaristías u otras ceremonias.
Es preciso que la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia sea objeto de una mejor vigilancia y cuidado frente a los vándalos o los no creyentes que se valen del carácter de templos abiertos para cometer fechorías, en este caso hiriendo la sensibilidad de un pueblo eminentemente católico que tiene a la Virgen de la Altagracia como su Madre Protectora, símbolo de amor, dulzura e indulgencia.