¡Engullidas por la urbanización!

El banilejo Miguel Franjul, director del Listín Diario, y quien fuera reconocido por sus cincuenta años de ejercicio profesional, en su editorial de este jueves ocho de noviembre habla sobre lo que está pasando con las ciudades y sus ambientes naturales.
Progresivamente, las grandes ciudades del país han ido perdiendo las tierras fértiles con vocación agrícola que antes servían como graneros, fincas o granjas para abastecer de alimentos a sus ciudadanos, engullidas ahora por el proceso de urbanización.
En apenas dos décadas, han sucumbido al avance urbanístico cerca de 600 kilómetros de terrenos aptos para cultivos o bosques que circundaban la capital, Santiago, La Vega, Moca y Puerto Plata, y el fenómeno se extiende ahora a las pequeñas ciudades que desarrollan proyectos turísticos.
Es lo que está pasando en Constanza y Jarabacoa. La muerte lenta de la tierra agrícola para dar paso a la tierra urbanizada.
Por un lado, se responde a la intensa demanda de viviendas y nuevos espacios para una población en crecimiento, pero por el otro perdemos espacios en los que deben de producirse alimentos para la población y para sostener los niveles de exportación de nuestros renglones agropecuarios.
Si este proceso de transformación obedeciese a un plan regulado para procurar un mejor desarrollo humano, estaría justificado. Pero como se está llevando a cabo indiscriminadamente, sin reglas, generalmente sin los permisos oficiales y sin ajustarse a los planes urbanísticos de los ayuntamientos, tal trueque implica consecuencias.
No todo puede ser varilla y cemento. La naturaleza nos provee los suelos fértiles para cosechar los productos que consumimos en aras de llevar un buen régimen nutricional.
Anular esta fuente de riqueza alimenticia a cambio de erigir en ellas urbanizaciones u otras estructuras, cuando estas podrían edificarse en otros lugares donde el efecto de la concentración de servicios para los humanos no sea tan degradante del ambiente, es una apuesta arriesgada.
Pero la sociedad dominicana, por el momento, no aparece sensibilizada o atenta a este proceso, que tiene su punto de partida en un imparable desplazamiento de las poblaciones rurales hacia las grandes metrópolis, dejando desguarnecidas las tierras en las que antes cultivaban sus alimentos, tierras que poco a poco van desapareciendo de nuestra vista.